El 10 de junio de 2025, Francia dio un paso histórico: el Senado aprobó —con 337 votos a favor y solo uno en contra— una ley para combatir el ultra fast fashion. Entre sus medidas se incluye una eco‑tarifa de 5 euros por prenda a partir de 2025, que aumentará a 10 euros en 2030, además de la prohibición de publicidad (incluidos influencers) para marcas como Shein y Temu. También obliga a estas plataformas a mostrar por cada pieza indicadores de impacto de carbono, reciclabilidad y uso de recursos. El mensaje es claro: el modelo de vender miles de piezas al menor precio posible tiene consecuencias demasiado altas. Y hay que empezar a regularlo.
Esto no solo está pasando en Europa. En Estados Unidos, Temu —una de las plataformas más agresivas del low cost chino— ha visto caer sus ventas drásticamente desde que el país empezó a cerrar el grifo de las importaciones libres de aranceles. Durante años, Temu se benefició de una exención llamada de minimis, que permitía importar paquetes menores a 800 dólares sin pagar tarifas. Ahora, ese vacío se está cerrando, y las consecuencias ya se sienten: perdieron casi la mitad de sus usuarios activos diarios en EE.UU. en cuestión de semanas, y las ganancias netas de su empresa matriz cayeron un 47 %. También se estima que el volumen de exportaciones chinas hacia ese país bajó un 65 % en el primer trimestre de 2025.
¿Y por qué debería importarle esto a una marca venezolana?
Porque durante años hemos creído que competir por precio era la única forma de sobrevivir. Pero hoy el terreno está cambiando. La sostenibilidad, el diseño con identidad, la procedencia, la durabilidad y la conexión cultural están empezando a pesar más. Especialmente cuando los consumidores —en el norte y también aquí— comienzan a preguntarse: ¿qué estoy comprando realmente?
Sí, el bolsillo venezolano está golpeado. Pero eso no ha impedido que surjan marcas que apuestan por la excelencia, por hacer un producto con intención, por hablarle al cliente desde un lugar distinto. Porque aspirar no es un lujo: es parte de construir dignidad en el día a día.
Además, en Venezuela importar materia prima o producto terminado implica enfrentar tarifas que pueden superar el 20 %, sin contar fletes, almacenaje ni aduanas. En ese escenario, competir únicamente por precio no solo es inviable: es una trampa. Pero competir por valor, por identidad, por historia… eso sí puede sostenerse. Eso sí puede escalar.
Y el valor se construye cuando haces una prenda que habla de algo más. Cuando el diseño tiene intención. Cuando el mensaje es claro. Cuando el empaque cuida cada detalle. Cuando la marca representa algo con lo que otros quieren identificarse.
Lo que está ocurriendo en mercados como Francia o EE.UU. no es una moda. Es una señal. Una oportunidad para que los productos hechos en Latinoamérica —más cercanos, más humanos, más diversos— ganen espacio en un mercado que empieza a reconocer ese valor. No solo por lo que cuestan, sino por lo que representan.
El reto para nosotros no es copiar las lógicas del fast fashion, sino entender lo que podemos ofrecer desde otra lógica: la de lo bien hecho, lo posible, lo que tiene historia y fondo. La que crea empleo aquí. La que respeta los procesos. La que no se derrumba cuando sube el dólar o cambia una ley en China.
Desde Localness creemos que este es el momento de tomar decisiones que te permitan trascender más allá del precio. De construir marcas que tengan algo que decir. Y de prepararse para un consumidor —aquí y afuera— que no solo quiere comprar barato, sino comprar mejor.